Parentesis

Publicado: 18 noviembre, 2015 en Sin categoría

Yo fui a dos secundarias. Un año en una y el resto en la otra. Quizá en alguna otra ocasión ya haya hablado de esto, pero quizá vale la pena recordar la historia completa.

Mi primera secundaria era también un kinder, una primaria y una secundaria. Si bien, yo entre a ese colegio desde primero de primaria, no se podía decir que conocía muy bien a la gente o que ellos me conocieran a mí. En esos tiempos no me molestaba estar solo, pues no era más que un niño que hacía lo que pensaba que tenía que hacer. No tenía muchos amigos y no estoy muy seguro de que los que tenía en realidad fueran mis amigos. La verdad es que es fácil recordar las cosas objetivamente, pero si me pidieran que describiera como me hacía sentir mi primaria quizá confesaría que me era indiferente. Nos levantabamos por la mañana, cerca de las 6 y mi padre nos dejaba en la puerta de la escuela. Saliamos a la 1 con quince minutos después de haber tenido alrededor de 5 o 6 clases. No era especial en absoluto, solo una secundaria más, con salones de cerca de 50 personas y maestros mediocres. Recuerdo que una vez nos hicieron vender chocolates, y terminamos comprandolos todos nosotros. Total, una cosa estúpida. Una historia para otro día. La extrañe, pero no porque fuera buena o porque la quería mucho. La extrañe porque no sabía de algo mejor; y aunque me costo un tiempo superarlo, puedo admitir que lo superé después de todo.

Como escuela primaria y secundaria, la Primera solo destacaba en que tenía un enorme patio donde cabían hasta cuatro canchas para jugar futbol. También había una quinta cancha, de un empedrado negro y fino que sirvio como arma letal para muchos pantalones, que después tuvieron que ser cubiertos con parches. Su función era ser una fuente interminable de lesiones en manos y rodillas, las cuales nos curaban con un liquido morado o uno amarillento que ardía como no se puede imaginar un niño de 10 años. Y a esa edad, ese ardor era terriblemente insoportable.

El feature de la Primera era que le apostaban a la educación de los niños, y al adiestramiento religioso. Eso significa que teníamos clases de religión, pero no nos obligaban a hacer la primera comunión. Ese fue un error que yo cometí después, pero eso también es otra historia.Incluso, cuando por esos tiempos comenzo la publicidad gubernamental del «¿tienes el valor o te vale?» nos comenzaron a dar clases de valores en clase de religión. Nos hacían comprar un libro donde cada dos páginas tenían ejercicios acerca de un determinado valor (Amistad, Honestidad, Sinceridad, Autoevaluacion, Perseverancia, Mesura, bla bla bla). Pienso que es un poco divertido y a la vez un poco triste lo ilusos que eramos y como nos tragabamos las cosas, sin cuestionarlas. Recuerdo como una maestra de religión una vez me dijo que era muy maduro para mi edad porque me quedaba callado y trabajaba, a diferencia de mis compañeros. Recuerdo que me sentí especial en ese momento. Si me preguntaran ahora, no diría que era maduro, sino simplemente un inadaptado. Un inepto social. Solo que cuando uno es un niño no le presta atención a esas cosas. Solo te interesa no quedarte sin compañeros de equipo y tener algo que hacer en el recreo.

Mi madre menciono una vez que la escuela no era mala hasta que el dueño murio, en cuyo punto tomo las riendas su esposa (creo que era su esposa) y comenzo un lento pero constante declive hacia la mediocridad. Y sí, cuento a la venta de chocolates dentro de el mundo de errores que cometieron, aunque haya sido de los últimos sobre los que tuve conocimiento.

Era una escuela en la que teníamos honores a la bandera cada lunes, y hacían a toda la escuela (primaria, secundaria y preparatoria) salir y permanecer formados sin movernos hasta que terminaban los honores a la bandera. A veces, después de honores, salia alguno de los directores a decir algunas palabras. A veces no estaba tan malo, porque podíamos sentarnos y simplemente no prestar atención a las cosas que decían, pues no parecía que dijeran cosas importantes, y si las decían, probablemente eran un intento inútil de ocultar su propia hipocrecía. Pero, en realidad, lo peor no era que el director se pusiera a hablar un tiempo incesablemente largo para un niño de entre 6 y 12 años, sino que también teníamos misas muchos de los viernes que quedaban cerca de algún evento católico importante (en la primaria nunca supe que era católico, así de informados estabamos). Es horrible ser un niño y que te obliguen a quedarte quieto mientras dura la misa. Lo peor es que a veces el padre que invitaban no nos dejaba sentarnos. En mi caso, esto termino muchas veces en que terminaba mareandome (sepa el dios ante el que me postraba por que) y vomitaba, lo cual era malo porque era bajito y con peso debajo de la norma, pero tambíen era bueno porque me llevaban a otra parte a sentarme, lo cual no era tan malo. Y, como no me importaba lo que dijeran de mí, nunca me di cuenta si se burlaban de mí o no. Al final nunca importo, porque casi nadie de las personas que todavía conozco de la primaria me habla (quizá una o dos que tengo agregadas en Facebook).

La verdad es que ya no recuerdo con mucho detalle como era la vida en la Primera. Es un sentimiento extraño, porque ahora que pienso todo con más detenimiento me parece una escuela repugnante, pero no puedo decir mucho, porque a pesar de todo, todavía no llego a mi tercera o cuarta decada como para decir que eso paso hace ya mucho tiempo. La única pregunta que tendría es si la escuela ya habrá cerrado o si sigue en las andadas con la misma mediocridad de siempre. Supongo que no importa, porque si alguna vez tengo hijos, me aseguraré de encontrar una escuela decente, aunque, con este país en el que vivo, quizá eso sea un verdadero desafío.

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