No hay peor sentimiento que sentarse a escribir algo, pero al llegar al punto en que todo esta listo, ya has olvidado por completo lo que querías decir.
No hallo las palabras para expresar la creciente desilusión con mis fines de semana, se cumplió la profecía de «trabajar para descansar» y «descansar para trabajar». Dentro del hueco oscuro, oculto en el fondo de mi corazón me sigo preguntando que soy yo.
Me pregunto si la vida será siempre una mecedora, una cadencia que avanza y retroced, jala y estira, que duerme y despierta. Me pregunto si soy demasiado diferente o demasiado normal. Demasiado aburrido. Demasiado vacío.
Me pregunto si me he vaciado por completo. Si no sería mejor simplemente seguir adelante sin la esperanza de salir de este letargo invisible. Bajar la ventana, cerrar la cortina y solo mirar hacia adentro.
Que siento envidia y no puedo evitarlo, pero no sé en concreto a que le tengo envidia. No quiero cambiar. Probablemente no voy a cambiar. No quiero ir los fines de semana a ver películas que realmente no me interesan, ni comprar servicios de entretenimiento que rara vez usare. Mientras tanto, las cosas que quiero hacer se pierden en la flojera interminable, el ‘ahorita’ de los mexicanos, que solo existe en años bisiestos. La cuesta se hace más empinada a cada instante.
No puedo retractar las decisiones que he tomado. Quizá esa es otra parte de lo que significa ser un adulto. Creo que ya he ponderado el significado en alguna otra parte de esta historia. No soy una persona nocturna. Me gusta el silencio en la madrugada y dormir a mis horas. No quiero recordar los sentimientos que hervían dentro de mí al recibir aquellas llamadas en la madrugada. No quiero tener que ver a alguien tambalearse por debilidad, y sin embargo, ser obligado a ponerme una venda sobre los ojos y a coser mi boca. Ya tuve suficiente de eso para una eternidad.
Al principio, esa soledad que cause en mí no fue mas que el resultado de mi propio capricho. Mi propio sentido de superioridad mal fundado. Era un niño. Quizá a un lo soy. Era mi forma de ser diferennte. Mi forma de decirle a la sociedad que no estaba de acuerdo. Pero nadie escuchaba mis palabras vacías. Eventualmente, mis propositos también se vaciaron y, aunque ahora siento que tengo razones para abstener a mi cuerpo de la privación de mi mente, la decisión no se siente menos vacía que antes.
Me pregunto si algún día tendre la oportunidad de explicar esto a los demás. Me pregunto si podrán comprenderlo. Comprenderme. Y mientras pregunto, no tengo más remedio que albergar la esperanza en mi una vez más y resistir este silencio que desgarra el corazón.