Deuda

Publicado: 1 enero, 2017 en Sin categoría

El recuerdo es borroso. Las imágenes se arremolinan en mi mente, confundiendo realidad con sueños y mentiras con verdades. La llovizna me moja la cara, la ropa y los lentes, pero lo soporto. No recuerdo la fecha, pero podría ser un día perdido en medio de enero o febrero, cuando la fría lluvia nos tomaba desprevenidos, culpables de subestimar una ligera cortina de nubes sobre el cielo invernal.

Eran dos a demás de mí. Una joven y un joven. Nunca les pregunte sus edades. Y, si bien en ese momento seguramente conocía sus nombres completos, el tiempo ha desgastado la memoria y ahora no recuerdo más que sus nombres de pila. De ella, solo tengo una vaga recolección de su cara; de él, el recuerdo es un poco más vívido; sin embargo, el reencuentro años después de confirmó lo equivocado que había estado. Ellos no eran los únicos, pero estaba lloviendo y los demás habían regresado a las oficinas, donde el único aire golpeando tu cara el aire acondicionado. Aún así ,seguramente recuerdo los detalles mal.

Me hablaron del clima en el norte, en una ciudad que vagamente recuerdo como Portland, en Oregon. A veces, el trabajo te lleva a lugares interesantes. Pero quizá no siempre se disfruta de todos los lugares a los que una va. Pero, con la ligera lluvia golpeándome la cara, no puedo dejar de admitir que, mientras caiga así, quedito y en silencio, como cuando se confiesa un secreto; no me importaría que lloviera así.

Pero yo nunca iría a Portland.

Y así, las memorias se apilan en mi mente, destiñéndose cual trapo al aire. Una montaña reducida a polvo por el paso del tiempo. El vago recuerdo de una melodía en verano. Si repito sus nombres, si las proyecto en mi mente no es más que un intento vacío de contenerlas dentro de mi mente. Un intento en vano de mantener viva la débil flama que amenaza con extinguirse. Y así, es que me vacío con el paso del tiempo. Y así, es como con el pasar de esto, colecciono dentro de mi pequeños pedazos de historias. Con celos, las cubro de mantas y las lleno de mimos. Y al mismo tiempo, siendo víctima de mis propias acciones, es que me lastimo,mientras regurgito y vuelvo a tragar los sentimientos una y otra vez.

Pero aún así, intento mentirme. Me engaño y me convenzo. Observo desde lejos, como la vida se desdobla en frente de ellos y sigue el camino y se separa y se reencuentra. Todo termina y vuelve a iniciar. Y no me importa mi vida si al menos puedo verlos sonreír. Porque el corazón es algo que solo ven las demás personas. Y como aquel recuerdo distante de la muerte acechante, yo tampoco quiero que me mires. Quizá por eso es que todavía odio con tanta fuerza esas palabras tan hiriente. El llanto inconsolable mientras me desinflaba entre tantos brazos y caras preocupadas.

No soy fuerte, pero si dejase que eso me detuviera tendría varias capas de tierra encima de mi cabeza. Algún día, si alguien tuviese la suficiente suerte, buena o mala, de encontrarse mi historia aquí descrita, me pregunto si eso les serviría de algo. Porque ya no tengo razones para escribir, sino para satisfacer el silencio. La deuda interminable que he obtenido. Una lista infinita de errores que me rasguñan la espalda y que seguramente seguiré cometiendo. Porque seguir viviendo así es más fácil que admitir que me equivoque. Pero tengo mi mente y mi terquedad conmigo y con eso me basta para saber que estaré bien.

Sólo espero que me perdones cuando mires hacia atrás y no me encuentres. Y ojalá me perdones cuando la idea pasa por tu cabeza, si es que lo hace, en un día soleado de primavera, cuando lo pasen los años.

 

Ojalá me perdones cuando te haya olvidado.

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